Autoridad docente, una conversación necesaria

Por Yalile Said, Directora General de Certum

Durante las últimas décadas hemos visto cambiar, en todos los ámbitos de nuestra convivencia, el concepto y el sentido de la autoridad. Desde la esfera más íntima, la autoridad parental, a la más externa, la autoridad política, pasando por la autoridad eclesiástica, la autoridad policial o la autoridad intelectual, esta es una relación que ha sufrido enormes transformaciones, y que ha visto surgir demandas relevantes por mayor cercanía, mayor horizontalidad, mejor capacidad de respuesta, más consideración y mejor delivery. Esto, desde luego, también ocurre en los colegios respecto de la autoridad docente, y no solo de Chile.

 

La autoridad ha pasado de ser un estatus incuestionable, para instalarse en un espacio de guía, de especialización o de facilitación en los aprendizajes. Estos aprendizajes son al mismo tiempo sociales, relacionales y epistemológicos, lo que quiere decir que niños y niñas van a aprender al colegio no solo un conjunto de saberes que están en el currículo, sino sobre todo van a experimentar, comprender e internalizar formas de convivencia social que los convierten en ciudadanos de una comunidad. Ese aprendizaje completo necesita de autoridades, límites, figuras que no solo ofrezcan opciones de conocimiento y que protejan a cada persona en esa comunidad, sino que también sean capaces de administrar el conflicto, y se les reconozca la atribución de hacerlo. 

El filósofo francés Alexandre Kojève señalaba que la autoridad permite gestionar las asimetrías de poder inherentes a la sociedad, facilitando la realización de tareas sociales sin recurrir a la violencia o la coacción. Es decir que la autoridad no tiene un propósito abusivo, sino un propósito articulador, pues en el respeto a ella radica la solución pacífica de cada conflicto. 

En las comunidades educativas, sin embargo, cada vez se hace más difícil hablar de autoridad sin que parezca una opción por la arbitrariedad, confundiendola con autoritarismo. Los establecimientos buscan formas de aproximación más dialogantes y modernas de vincularse con sus comunidades, lo que incluye crecientes formas de transparencia, permeabilidad, y participación. Esta preocupación es loable y necesaria, pero vemos el creciente desafío hacia la autoridad docente por parte de padres y estudiantes que exigen no solo el respeto de sus circunstancias individuales – lo cual es esperable – sino también desafían en este camino a la autoridad del docente, trasladando esa actitud desafiante a niños y niñas. 

El camino hacia mejores formas de autoridad, con más restricciones, más vigilancia, más responsiva y más abierta, no puede implicar un menoscabo a la figura de autoridad, porque esa autoridad, esa asimetría de poder es esencial en el proceso del aprendizaje tanto formal como social. Los colegios, al igual que los espacios de trabajo y las comunidades, son espacios sociales, que implican adaptaciones y renuncias individuales en pro de la convivencia común. Esto es también un aprendizaje valioso para la vida. 

Retomar la conversación sobre la importancia de la autoridad docente y establecer acuerdos comunes sobre cómo vamos a definirla, qué se le pide y qué se le garantiza debería ser fundamental en cada colegio, porque en ese acuerdo se juega también la comprensión de sociedad que requieren los estudiantes y la adquisición de habilidades esenciales en nuestra convivencia cívica.